«Me quiero cambiar de carrera»

 

El dia 17 de abril de 2012 la Revista YA del diario El Mercurio, publicó un interesante artículo sobre Orientación Vocacional  en Chile, llamado “Me quiero cambiar de carrera”. En éste artículo aparecen diferentes testimonios de jóvenes que decidieron cambiarse de carrera producto de inquietudes con su vocación. En este artículo, los socios de Pleasant College Chile, Eduardo Zamora y Bárbara Martínez son consultados y referidos como expertos en la materia.

Pleasant College Chile es el resultado de la suma de experiencias de Pleasant Work Chile y Alter Consultores. Pleasant Work aporta su experiencia en desarrollo de carrera profesional y Alter Consultores su experiencia en gestión de Recursos Humanos, logrando entregar un Programa de vanguardia en Orientación Vocacional a jóvenes en proceso de selección de carrera profesional.

REVISTA YA de El Mercurio, 17 abril 2012

«Me quiero cambiar de carrera»
En Chile, tres de cada diez alumnos deserta en el primer año de estudios. Entre los que asumen que tienen un problema vocacional, el 50 por ciento se cambia de carrera. Como cada vez hay más jóvenes accediendo a la educación superior, cada vez es más frecuente la duda respecto a la decisión tomada. «No es que actualmente los jóvenes estén más desorientados que antes, lo que pasa es que cada día tienen más voz y se sienten más dueños de su futuro», constatan los expertos.  

Ingreso a la Educación Superior:
«Me quiero cambiar de carrera»
 
En Chile, tres de cada diez alumnos deserta en el primer año de estudios. Entre los que asumen que tienen un problema vocacional, el 50 por ciento se cambia de carrera. Como cada vez hay más jóvenes accediendo a la educación superior, cada vez es más frecuente la duda respecto a la decisión tomada. «No es que actualmente los jóvenes estén más desorientados que antes, lo que pasa es que cada día tienen más voz y se sienten más dueños de su futuro», constatan los expertos.   

Natalia Nuñez
Desde el minuto en que se inscribió en Teatro en la Universidad Finis Terrae supo que era una mala decisión. Antonia Larraín (19), nacida en una familia de artistas -es nieta del desaparecido mago Larraín, sobrina de actores, animadores, guionistas y directores de TV- no estaba segura de la opción que estaba tomando. Quería pasar un año sabático antes de «casarse» con la que se convertiría en la profesión de su vida. Antonia, la mayor de cuatro hermanos, se lo planteó a sus padres, separados, pero ninguno de los dos le manifestó apoyo: no estaban dispuestos a verla «sin hacer nada» durante meses. Su papá le recomendó que ingresara a estudiar cualquier cosa y que si en el camino descubría que no le gustaba, se cambiara.

 

Cuando llevaba un mes en clases, veía cómo sus compañeras de curso salían llorando por el esfuerzo físico de los talleres. Cuando llevaba dos meses, le molestó el discurso de algunos de sus profesores: no iba a ganar plata, tampoco encontraría trabajo y si sus compañeros no estaban dispuestos a soportar eso, lo mejor que podían hacer era irse.
-Nos hacía sentir muy mediocres. Te bajaba la moral, te hacía sentir muy mal. Era como un constante bullying para ponerte a prueba. No estaba para que alguien me dijera que no iba a llegar lejos.
Cuando llevaba tres meses, continuaban sus dudas vocacionales y hubo un hecho que desató tomar una decisión radical. Como sus ensayos de teatro duraban hasta muy tarde, no pudo llegar puntual al último cumpleaños de su abuelo antes de que muriera de cáncer. En consecuencia, Antonia sólo compartió unos minutos con él y se fue rápido de la celebración, porque al otro día debía levantarse a primera hora para los ensayos. Esa semana fue de mala gana a la universidad. Habló con su pololo de lo que le estaba pasando y él le recomendó que conversara con sus padres. Ella tenía miedo de su reacción.
-Me di cuenta de que había cosas más importantes en ese momento y que no quería seguir en Teatro. Quería tener tiempo para mí, para mi familia, para mi pololo, para visitar en la clínica a mi amigo que tenía leucemia. Un día estaba full drama, llamé a mi papá y me dijo: «Si quieres, deja tu carrera, no te voy a quitar nada, no te voy a castigar». Como que no le creía mucho. Hice los papeleos, para que me devolvieran una parte del año pagado, es decir, un semestre. Fui al sicólogo y me dieron certificado médico de que no podía seguir por estrés.
Antonia, finalmente, dejó la carrera y estuvo muchos meses sin hacer nada. Cuenta que sus padres la llamaban como mínimo catorce veces al día para que se levantara y no estuviera echada en la cama. Le decían que, por lo menos, saliera a trotar. Adicionalmente, le cortaron la mesada a la mitad. Su madre, no estaba de acuerdo con la decisión de su hija. Ella le decía a Antonia que debía haber terminado el primer año de Teatro.
Para ocupar su tiempo buscó un trabajo. Antonia vendió alfajores, fue barwoman y logró juntar ochocientos mil pesos. Con esa plata se fue a Ecuador con su pololo. Cuando volvió, ya tenía claro su cambio de carrera: Comunicación audiovisual. Su tío, el director de Mega, José Tomás Larraín, le presentó los estudios de TV, el ambiente, las cámaras, el switch, y ella quedó fascinada. Fue hasta el Duoc a conocer sus instalaciones, sus profesores, su ambiente. Hoy ya lleva un mes embarcada en esta nueva carrera. Y cree que, esta vez, no se equivocó.
Antonia Larraín forma parte de los miles de alumnos que todos los años se cambian de carrera en Chile. La desorientación vocacional siempre ha existido. Pero como el ingreso a la educación superior se ha extendido -si en 1981 había ocho universidades, en 2005 había sesenta y dos-, cada vez la masa de estudiantes que se cambia de carrera sube, con el consecuente descalabro económico para las familias que ven millones de pesos botados a la basura por un título que nunca llegará.
Es un fenómeno que se mantiene, pese a que hoy más que nunca la información sobre las diferentes carreras, mallas curriculares, profesores, empleabilidad y facultades es accesible a través de internet. Los expertos coinciden en tres aspectos que explican esta tendencia: primero, la orientación vocacional que entregan los colegios es insuficiente; segundo, a los dieciocho años se es demasiado joven para decidir algo de esa magnitud; y, tercero, aunque no hay que generalizar, muchas veces estamos frente a jóvenes que tienen poca tolerancia a la frustración, quieren resultados inmediatos y, si no los logran, piensan que la carrera no es para ellos.
El negocio del coaching vocacional
Según el Servicio de Información de Educación Superior, en Chile tres de cada diez estudiantes que ingresa a una carrera, deserta al año siguiente. De los que admiten tener un problema vocacional, el cincuenta por ciento se cambia de carrera. Es en internet, en los foros de sitios tales como universitarios.cl y secundarios.cl, donde se vuelcan todas las inquietudes sobre cambios internos, costos y riesgos asociados. Los jóvenes demandan consejos de sus pares. Y las preguntas que más se repiten son si el trámite es muy engorroso, si vale la pena partir de cero, y si conservan los beneficios de una beca si es que deciden probar suerte en otro programa de estudios. Porque una cosa está clara: el tema económico manda cuando los estudiantes exploran la alternativa de meterse en una carrera nueva.
Por esa razón, la estudiante Daniela Balín (22) siempre planteó a sus papás, incluso cuando estaba postulando, que no estaba segura de su decisión de carrera. En su colegio le hicieron algunos test vocacionales que no le sirvieron. Siempre le gustó leer, pero ella estuvo dos años y medio estudiando Periodismo en la Universidad Diego Portales cuando decidió cambiarse a Derecho en la Universidad Santo Tomás. Cada vez que tenía que hacer un reportaje y debía profundizar en la parte legal del tema, sentía que ése era su camino.
-Es como un lujo el que me pude dar al cambiarme de carrera. Estoy muy consciente de eso y por lo mismo me estoy esforzando, ando súper aplicada. En Periodismo me iba bien, pero ahora sí que tengo que ponerle más esfuerzo porque esta es una carrera que significa mucho más desafío para mí que en la que estaba.
Daniela no cree que ese tiempo en Periodismo haya sido perdido. Al contrario, siente que ahí lo pasó muy bien y que sacó muchas herramientas para desenvolverse mejor en el ambiente universitario, para expresarse, exponer y defender puntos de vista, hablar y comunicarse. Además, logró que le convalidaran los ramos optativos. Y hace la salvedad porque entiende que muchos estudiantes prefieren permanecer en una carrera que no les convence, por el solo hecho de «no perder» el tiempo invertido.
Advertidos de esta realidad, en Chile no sólo existen varias universidades que ofrecen la posibilidad de hacer un bachillerato o college, sino que ya hay varias empresas que se dedican a impartir el llamado «coaching vocacional». Pleasent College, Óptima Consultores, Spid, son sólo algunos ejemplos. Se trata de centros que prometen entregar una asesoría que permita al joven, junto a su familia, descubrir sus habilidades, motivaciones e intereses, antes de decidir cuál será la carrera que funcionará para su proyecto de vida. Toman al estudiante a fines de la enseñanza media, idealmente, o cuando ya ha iniciado un camino universitario, pero no está convencido de la decisión que tomó.
No es que actualmente los jóvenes estén más desorientados que antes, lo que pasa es que cada día tienen más voz y se sienten más dueños de su futuro y, por ende, expresan lo que sienten y lo que quieren más abiertamente.

El que habla es el ingeniero civil Eduardo Zamora, socio de la consultora Pleasant College, que hace casi un año se dedica a orientar a jóvenes que tengan dudas respecto a qué estudiar. Su trabajo se ha enfocado, principalmente, en colegios del sector oriente, y sus clientes pertenecen al grupo ABC1. En su empresa ha ayudado a dilucidar el futuro laboral de varias decenas de estudiantes. Él reflexiona sobre el perfil del alumno que busca un cambio.
-Existe de todo. Alumnos que tienen excelentes notas en el colegio, son súper hábiles en la mayoría de las materias, y el problema radica en que pueden escoger cualquier carrera dada sus habilidades, pero se entrampan y confunden porque no tienen intereses o motivaciones definidas. Otro caso son aquellos que tienen mal rendimiento, que sienten que nada les gusta ni motiva, se sienten poco capaces y el sólo hecho de enfrentarse a la decisión los frustra y obstruye.
Dentro de ese último grupo, se encuentran los jóvenes que tienen malas notas, que no saben qué estudiar y que, si de ellos dependiera, quisieran tener vacaciones toda la vida. Por tragicómico que parezca, existen grupos en Facebook bajo el rótulo «No he terminado la carrera y ya me quiero jubilar».
Para evitar caer en ese tipo de casillas, en Pleasant College, cuentan, lo que entregan es una asesoría integral dividida en cuatro partes: autoconocimiento (preferencias, recursos, circunstancias personales, etc); búsqueda y procesamiento de la realidad académica y laboral (datos reales y duros respecto a la empleabilidad de las carreras, becas, financiamiento, etc.); análisis y reflexión sobre alternativas posibles, y, por último, la toma de decisión de una carrera en el contexto de un proyecto de vida personal.
Consejos para los padres
 La crisis vocacional suele darse durante los primeros años de iniciada una carrera. El sicólogo Pablo Castañón, jefe de Bienestar Estudiantil de la Universidad Diego Portales, en su consulta observa que, a menudo, cuando a un estudiante empieza a irle mal, el problema se presenta porque el joven no lo ve solamente como un tropiezo, sino que como una caída de todo un proyecto que tiene a futuro con el tema estudiantil. Y eso no necesariamente es así. En consecuencia, opina, a esta generación le hace falta aprender de los errores y verlos como una oportunidad.
-Muchas veces, los jóvenes eligen una carrera por presión familiar y ahí ya partimos con problemas. Otro factor es que cuando llegan a la universidad sus expectativas son bastante disímiles a la realidad, porque ni siquiera revisaron la malla y no saben de qué se trata. Ahí surge el problema de las malas notas, la desmotivación. Otra cosa importante son los hábitos de estudio: les empieza a ir mal, dudan de sus capacidades, de su vocación y, de alguna manera, eso no responde tanto a lo que ellos quieren hacer o para qué están estudiando, sino que se debe a que tienen una mala base y por eso no se han podido organizar bien. Ahí empiezan las dudas y el «mamá, me quiero cambiar de carrera».
En buenas cuentas, explica el profesional, todo se transforma en un círculo vicioso. La duda vocacional del hijo traspasa la presión a los padres, ellos aprietan a sus hijos, eso afecta el rendimiento y desempeño en las pruebas del alumno. Se pone más ansioso, le va mal, se equivoca sólo en detalles, generando frustración, más preocupación e inquietud en sus padres que, de paso, no saben cómo actuar. Castañón advierte otra situación: es imposible que todas las asignaturas sean del gusto del alumno. Que le vaya mal en una no es sinónimo de tener que cambiarse de carrera.
-En toda carrera hay un precio que se debe pagar para lograr lo que uno quiere. O sea, me parece que en la vida siempre hay un costo o un sacrificio que hay que hacer para lograr lo que uno desea. En ese sentido, hay que evaluar cuánto estás dispuesto a incurrir para lograr resultados.
Otro factor que no hay que desconocer, dice el sicólogo, es que la inmediatez en la que se encuentra sumergida esta generación -traducida en la velocidad y rapidez con que se consigue desde una hamburguesa hasta organizar una movilización social- ha penetrado también en los niveles educativos bajo el deseo intrínseco de obtener buenas notas al tiro, sin demasiado esfuerzo.
-Cuando el padre decía: «mijito, termine de estudiar esta carrera en la que ya está y después ingrese a otra cosa», por lo general, la realidad es que ese estudiante nunca accedía a otra carrera. Eso produjo una serie de generaciones que tenían una profesión que no les gustaba y que hoy viven frustradas. Eso también es súper complejo.
Y eso sigue ocurriendo. La sicóloga Bárbara Martínez, socia de Pleasent College, habla del caso reciente de un estudiante que llegó a su consulta, flanqueado por sus preocupados padres, quienes tenían la secreta esperanza de que cambiaran la vocación profesional de su hijo: él había sacado más de 800 puntos en la PSU, su mamá era una exitosa diseñadora, su papá un connotado abogado, pero él, el hijo, quería estudiar Antropología. ¡Horror! ¿Salario promedio? 450 mil pesos mensuales, según las tablas de sueldos de mercado. Finalmente, el joven logró su objetivo y está en primer año de la carrera que él quería.
-A veces ni siquiera es que los jóvenes se equivoquen, sino que entran a estudiar una carrera para que la familia se quede tranquila. Después, igual los padres ven que no hay cómo cambiarlos y se entregan nomás.
La recomendación para los padres es que escuchen a sus hijos, que generen instancias de comunicación. Y más importante aún: que sean capaces de diferenciar entre sus expectativas y las de sus hijos. Que la carrera del hijo no se transforme en el sueño frustrado o incumplido del padre o la madre. Habla el sicólogo Pablo Castañón:
-Puede ser una situación súper ansiosa, angustiante o difícil de enfrentar para los padres, pero también es importante darse cuenta de lo difícil que es comunicar que uno se equivocó o que cree que erró al tomar la decisión. Los hijos saben que se gasta plata, que hay un esfuerzo detrás. Eso se ve totalmente graficado si es que, además, el joven es la primera generación de su familia que entra a la universidad. Esto es más una maratón que una carrera de cien metros planos.
 
Natalia Nuñez.